La presencia de la nueva clase media brasileña como factor importante en la vitalidad de la economía nacional, por ser un fenómeno social reciente todavía no ha sido totalmente comprendida.  Ella es formada en su mayoría, por personas que migraron de la clase D gracias a un círculo virtuoso que tuvo su inicio con la mejor distribución de renta, que por su vez causó el aumento del empleo formal y de la escolaridad. De 2002 a 2011, 800 mil personas de la clase D ingresaron en la enseñanza superior y, estadísticamente, se sabe que un año más de estudios representa un incremento de 15% en la renta. “La dueña de casa y el padre de familia cotidianamente deciden si es mejor comprar un arroz de primera calidad o un jabón en polvo que realmente deje más blanco el uniforme de su hijo. El reto es hacer que la compra de muebles sea vista como prioridad en el universo de consumo de esa familia”, apunta Meirelles.  Hubo una democratización de las categorías de consumo, aumentando el rol de la canasta básica de la clase media. Por ello, la industria del mobiliario busca subsidios para acompañar esa demanda, que es bastante peculiar. Mientras las clases del tope de la pirámide buscan personalización de la oferta, diferenciación por medio del consumo y son menos fieles a las marcas, la población emergente procura inclusión, pertenencia y ventajas concretas, siendo más fiel a las marcas que comprueben una relación costo beneficio adecuada. Al contrario del sentido común, no compran apenas por el precio, sino por considerar justo el valor cobrado por un producto o servicio. La nueva clase media brasileña es más rica que 64% de la población mundial y gasta 19.400 millones de reales por año apenas en la cadena del mobiliario. “A cada R$ 100,00 gastados con muebles en Brasil, R$ 46,50 son de la clase C y R$ 19,90 de la clase D. Es para ese brasileño que tenemos el desafío de amueblar la casa”, finaliza Renato Meirelles.

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Publicado em: 2011-11-28

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